11 de diciembre de 2013

Las tres caras de la luna

Titulo: Las tres caras de la luna
Autor: Sally Gardner
Año: 2012 (2013)
Traducido por: Victoria Alonso Blanco

Editorial: Nube de Tinta
Temática: Ficción Moderna y Contemporánea
Páginas: 208
ISBN: 978-84-15594-12-3

Sinopsis: En Madre Tierra no se canta, en Madre Tierra todo es sombra, en Madre Tierra se premia a los delatores y desaparece sin dejar rastro cualquier enemigo de la Patria. Sus habitantes viven bajo el yugo del opresivo y despiadado régimen dictatorial que controla y dirige cada uno de sus pasos, están acostumbrados a hablar entre susurros, a recelar de los vecinos, a los continuos cortes de luz, y ya ni se asustan cuando oyen el toque de queda. En Madre Tierra, la fantasía es la única vía de escape. Pero Standish no se rinde, sabe que más allá de las infranqueables y herméticas fronteras de su país, tiene que existir otro mundo, un mundo donde la libertad y la verdad no sean solo sueños imposibles sino una maravillosa realidad.

  • Me pregunto qué habría sucedido si...
    Si la pelota no hubiera ido a parar al otro lado del muro.
    Si a Hector no se le hubiera ocurrido ir a buscarla.
    Si no se hubiera callado aquel tremendo secreto.
    Si...
    Pero supongo que entonces me estaría contando a mí mismo otra historia. Porque, claro, esa clase de preguntas son tan infinitas como las estrellas.
  • «Por un lado están los que piensan linealmente, y por otro lado estás tú, que eres como un golpe de brisa en el parque de la imaginación.»
  • los edificios crecen y crecen hacia lo alto sin parar, hasta que sujetan las nubes al cielo. Un país donde el sol brilla en tecnicolor. La vida al final de un arcoíris.
  • Aquí el cielo se nos vino abajo hace ya tiempo.
  • Y entonces sí que vi yo también, pero las estrellas fue lo que vi.
  • ¿De qué sirve llorar? El abuelo dice que, si se pusiera a llorar, lo mismo ya no podría parar; había demasiadas cosas en la vida por las que llorar.
  • Agua salada desperdiciada en turbias balsas, eso son las lágrimas. Las lágrimas lo arrasan todo, te atenazan la garganta, eso es lo que hacen.
  • Esperé oyendo el tiempo pasar gota a gota.
  • el abuelo era la única persona que aún tiraba de mi fuerza de gravedad.
  • Y entonces fue cuando la vi. Era una pelota roja.
  • Colecciono palabras: son golosinas en la boca del sonido.
  • Las palabras son como la música, se les puede extraer la esencia como quien exprime un jugo.
  • el mundo estaba lleno de agujeros, agujeros por los que podías caer y nunca más ser visto. No entendía que hubiera diferencia entre desaparecer y morir. Las dos cosas me parecían lo mismo, las dos dejaban agujeros tras de sí. Agujeros en el corazón. Agujeros en la vida.
  • Hagamos un brindis: por los nuevos comienzos… y por los alunizajes.
  • De pronto comprendí lo que sentiría un pez si al mar le arrancaran el tapón.
  • Morir y desaparecer son una y la misma cosa.
  • La duda es un gran gusano en una manzana roja y fresca.
  • Las malas noticias vuelan, no necesitan de palabras.
  • Todo lo que necesitaba era sujetar un cohete temblequeante de un alambre y dirigirlo hacia una luna temblequeante sobre cuya superficie de queso temblequeante pasearan unos astronautas de papel de aluminio.
  • Sus palabras eran gusanos que se introducían en tu angustiada mente y se quedaban allí sepultados corrompiendo cualquier pensamiento de libertad.
  • El secreto que el hombre de la luna no podía contar.
  • Yo estaba sentado junto a la ventana, pero ya no soñaba despierto. Había demasiada realidad alrededor, el exceso cerraba la puerta a las fantasías.
  • Si eres inteligente, si sabes más de lo que debes, destacas como un cielo verde sobre un campo azul,
  • Los tontos suben flotando a la superficie como la mierda y la nata.
  • mi problema es elefantiásico. ¿Y cómo se come un elefante? Pues pedacito a pedacito.
  • Me esforcé por remedar a mi antiguo yo, el que daba la impresión de estar siempre en la luna.
  • El abuelo me puso la mano en el hombro y apretó con fuerza. El gesto hablaba por sí solo.
  • si se sostenían en pie era solo gracias al engrudo de los huesos de los muertos.
  • El porqué reptaba por las calles, rezumaba por todo vecino con quien te cruzaras.
  • El abuelo decía que si el ser humano estaba tan loco como para destruirse a sí mismo, al menos las ratas y las cucarachas contemplarían el espectáculo en primera fila y disfrutarían viendo cómo la Madre Naturaleza volvía a apoderarse de la tierra.
  • El planeta Juniper lo localicé yo solo. Lo encontré en mi cabeza, pero eso era lo de menos.
  • Subimos sigilosamente al desván. Con una vela dentro de un tarro por toda luz con la que alumbrarnos. Aparte de la luna, claro está.
  • Creo que lo mejor que tenemos en la vida es la imaginación y tú de eso tienes a montones.
  • Aún llevo aquel grito dentro de mí.
  • Las palabras regresaron a mí calientes, encendidas de rabia.
  • Las palabras del abuelo se perdían a sus espaldas, como aire caliente en un globo cargado de plomo.
  • Pasaron las noches, los días, los días, las noches. Grises todos por igual.
  • Solo mentalmente teníamos libertad para soñar.
  • Hector había traído consigo la luz. Y detrás no había dejado más que oscuridad.
  • Espera que te espera, aguantamos hasta que la noche pinchó el globo del viejo astro solar.
  • Solo el monstruoso edificio al final de la calle estaba iluminado, destellaba como una estrella varada en tierra.
  • La única vía de escape era la fantasía.
  • Un único sonido faltaba en aquella orquesta de miedo.
  • Parecía como si la jugada dependiera del destino, no de nosotros. Era él quien repartía las cartas.
  • —¿Por qué? —grité—. ¿Por qué? La pregunta quedó suspendida en el aire sin respuesta.
  • —Si alguien ha podido derribar a un gigante de una pedrada, ¿por qué no puedo hacer yo lo mismo?
  • El abuelo temblaba como si un terremoto fuera a hacer erupción a través de su ombligo. Unas lágrimas, las lágrimas que él había asegurado que nunca derramaría, le resbalaban por la cara en una cascada de rabia. Me abracé a él. Lo estreché entre mis brazos. Me sentía fuerte.
  • Me siento a su lado. Sobran las palabras. Sus pensamientos resuenan con demasiada fuerza en mi cabeza.
  • Tomo mentalmente una foto del abuelo, una foto que poder llevar conmigo.
  • Tiene las manos grandes, parecen como raíces de árboles, gastadas, trabajadas. Manos capaces de pintar muros con los que engañar a los pulgones verdes, de reparar todo lo que se rompe. Manos de las que estoy a punto de alejarme.
  • Al mirarme en el espejo del gigantesco armario veo un fantasma. Mi fantasma.
  • Es curioso lo sencillo que parece todo cuando no es más que una idea.
  • Por lo que parece, la luna se ha estrellado contra la Zona Siete.
  • —Confiaba en que no fueras más que un sueño —me dice—. Un sueño agradable, que me traía consuelo.
  • Sé que se pondrá bien. Tiro de él hacia mí y lo estrecho entre mis brazos. Si no lo suelto se pondrá bien.
  • Solo necesito creer en ello.
  • ¿Por qué el ser humano es tan cruel, joder?
  • —Cuando te fuiste, sentí un vacío enorme —le digo—. No podía ir por ahí con semejante vacío en el corazón.
    Hector no dice nada pero sé que me escucha. La única medicina de la que dispongo es la palabra.
    —Este mundo sin sentido solo tiene sentido gracias a ti. Tú me diste botas espaciales para que pudiera caminar por otros planetas. Sin ti, me siento perdido. No sé si tirar a la derecha o la izquierda. No veo el mañana, solo kilómetros y kilómetros de ayeres. Ahora que te he encontrado, ya no me importa lo que ocurra. Por eso he venido hasta aquí. Por ti. Porque te quiero. Porque eres mi mejor amigo. Mi hermano.
  • Estoy a oscuras. El tiempo se ha olvidado de mí.
  • Es la primera vez en mi vida que veo un limón de verdad. Lo olfateo. Huele a sol.
  • Le doy un beso. Él me lo devuelve con ganas. Con las ganas de una vida que ya nunca tendremos.
    —Te quiero —susurra—. Quiero a ese chiflado valiente que llevas dentro.
    —Hector, quédate conmigo —le digo—. No puedo hacer esto sin ti.
    —Estaré contigo —dice—. No te dejaré. Te lo prometo. Nunca falto a una promesa.
    Nos quedamos dormidos, abrazados el uno al otro.
  • Si así es como gira el mundo, yo tampoco quiero quedarme aquí.
  • Lo lógico sería que el mundo libre ya lo hubiera deducido, pero supongo que prefiere la espeluznante teoría de que todo está al alcance del ser humano.
  • Estoy en la luna. Soy la piedra.
  • Veréis, el caso es que solo en la tierra de las croca-colas brilla el sol en tecnicolor. Es la vida al final del arcoíris.

3 comentarios:

  1. No me termina de convencer, así que lo dejaré estar.
    Besos!!

    ResponderEliminar
  2. Es un libro genial.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  3. Pues no termina de llamarme,. esta vez me voy sin apuntar nada? increíble
    Besos

    ResponderEliminar