12 de octubre de 2013

Las cuatro estaciones II

Titulo: Las cuatro estaciones II
Autor: Stephen King
Año: 1982 (2013)
Traducido por: J. M. Álvarez Flores y Ángela Pérez

Editorial: Debolsillo
Temática: Cuentos de Terror y Fantasmas
Páginas: 272
ISBN: 978-84-9032-612-1

Sinopsis: Dos terroríficas historias que confirman a Stephen King como un maestro indiscutido en reflejar esa barrera invisible donde se traspasan los límites de la razón, la moral o el bien para dejar paso al instinto más primitivo, donde el hombre da rienda suelta a las pasiones más inconfesables e inquietantes, pero no por ello menos reales.

  • El cuerpo
  • Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las degradan.
  • Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiaran robarnos.
  • Tenía yo casi trece años cuando vi por primera vez a una persona muerta. Ocurrió en mil novecientos sesenta, hace ya mucho tiempo... aunque, a veces, no me parece tanto.
  • Estar en el club cuando llovía era como estar en el interior de un tambor jamaicano...
  • si hacía falta resistiría hasta que el infierno se convirtiera en concesionario de neveras Frigidaire.
  • Lo más increíble era lo que él llamaba «regatear camiones».
  • —Bueno, ¿queréis o no queréis ver un cadáver?
    Todos quedamos paralizados.
  • A Teddy Duchamp le faltaba alguna hora de sol, pero desde luego Vern Tessio no le iba muy a la zaga.
  • lejos de su casa, muerto de miedo pero siguiendo tenazmente las vías, seguramente caminando sobre las traviesas, aterrado por los ruidos nocturnos de árboles y arbustos...
  • El chico estaba muerto.
  • Me sentía extraño: excitado y asustado porque sabía que podíamos intentarlo y conseguirlo.
  • No podíamos dejar de pensar en aquel chico Brower al que el tren había golpeado y en que íbamos a verle... bueno, a ver lo que quedara de él.
  • Me siento minúsculo bajo las dulces nubes estivales.
  • No es que sea gran cosa, pero, oye, en este mundo has de aceptar lo que se te ofrece, ¿no es cierto?
  • tenía la impresión de que él estaba detrás de la puerta o debajo de la cama o en el armario.
  • El agua de lluvia al caer por la ventana, forma ondulantes dibujos en su cara, cuello y pecho. Estirado, su vientre parece ahora más terso. Es perfecta en un instante.
  • La verdad siempre la identificas, porque cuando te hieres a ti mismo o a algún otro con ella, siempre brota la sangre.
  • —Pues en marcha de una vez —dijo Chris, echándose la mochila al hombro.
    Salimos del solar del club en grupo, Chris un poco adelantado.
  • Por muchos años que viva, jamás olvidaré aquel momento.
  • Posé la mano en el raíl para sentirlo, aunque ya casi podía oírlo. La vía retumbaba con estruendo. Por un instante, fue como si tuviera el tren en la mano.
  • Y se quedó allí agarrando el pico del pino con una mano enresinada y gritando que era el rey del universo o cualquier otra memez por el estilo.
  • Lo que ocurrió en los segundos siguientes es una de esas cosas que te convencen de que tiene que haber Dios.
  • Y por un instante, nos miramos directamente a los ojos y vimos algunas de las cosas verdaderas que nos hacían ser amigos.
  • Todo estaba allí y en torno nuestro. Sabíamos exactamente quiénes éramos y a dónde íbamos. Era grandioso.
  • Sentí un súbito temor. Como si un nubarrón hubiera cubierto algún sol interior.
  • No he vuelto a tener amigos como aquellos que tenía a los doce años, de veras. ¿Y tú?
  • Una misma palabra evoca cosas distintas a cada individuo.
  • Hubo más cosas aquel verano que nuestro viaje a través del río en busca de Ray Brower, aunque eso es lo más relevante.
  • el dulce zumbido de los grillos, el ruido de ametralladora de los naipes que traqueteaban contra los radios de las bicis
  • Y ahora me siento aquí intentando mirar a través del teclado de una IBM y ver de nuevo aquella época, intentando recordar todo lo bueno y lo malo de aquel verano verde y pardo y casi puedo sentir aún a aquel chico flaco y mentiroso en el interior de este cuerpo maduro y oír todavía aquellos mismos sonidos.
  • La Biblia dice: «En mitad de la vida nos topamos con la muerte». ¿Lo sabías?
  • Una alarmante música de violín empezó a resonar en mi cabeza.
  • Podía oír a mi espalda a Chopper avanzando, haciendo temblar la tierra, echando fuego por una de sus fosas nasales y hielo por la otra, rezumando sulfuro de sus impacientes quijadas.
  • desde entonces he observado muchísimas veces esto, la habilidad de la gente para eso... para encontrar el botón LOCO, pulsarlo, y no solo pulsarlo, sino matraquearlo incesantemente.
  • —¿Y qué me dices de lo que hay entre tú y tu padre? Las palabras no pueden cambiarlo.
  • ya sabéis, esas cosas, lo de pensar que hay algo debajo de la cama y que si dejas caer la mano te la agarrará...
  • Vaya una maldita historia para la hora de dormir.
  • Pero siento como si tuviera que verle, aunque el hacerlo me cueste luego pesadillas. ¿Comprendéis?
  • Soy demasiado grande para tener miedo del coco.
  • mezclada con el miedo, sentíamos también la emoción de un gran desafío, un reto de veras importante, algo de lo que podríamos ufanarnos durante mucho tiempo después...
  • Los buenos caminan siempre bien erguidos y si te crujen los tendones como cuerdas de violín supertensadas por el flujo de adrenalina de tu organismo, y si te tiemblan los músculos largos de los muslos, por idéntica razón, bueno, aguanta, así ha de ser.
  • Me acuclillé y agarré la vía de mi izquierda con la mano. La sentí retumbar. Retumbaba con tal fuerza que era como si tuviera en la mano un manojo de serpientes metálicas.
  • Muchas veces desde entonces he sentido miedo y me he asustado muchísimo, pero nunca tanto como en aquel momento en que agarré aquel raíl vivo.
  • Fue solo un instante, pero en el flujo temporal subjetivo me pareció toda una eternidad.
  • —¡TREN! —grité.
  • El acto mismo de escribir es algo que se hace en secreto,
  • Ahora, contemplo a veces esta máquina de escribir y me pregunto cuándo se le agotarán las buenas palabras.
  • —Pues que termina así. Cuando no sabes lo que pasa después, pues ese es el fin.
  • Era todavía completamente de día, aunque nuestras sombras habían empezado a alargarse; el cielo aún era de un luminoso azul plomizo.
  • —La vida es un timo, ¿no lo sabías? Míranos por ejemplo a nosotros ahora.
  • cuando las vacaciones de verano tocaban a su fin, a veces sentías aburrimiento suficiente para creer incluso que podrías aprender algo.
  • —No seas tan imbécil.
    —¿Es de imbécil querer estar con tus amigos?
  • El sol estaba ya bajo y sus rayos nos llegaban en haces quebrados y polvorientos entre los árboles, dando un tono dorado, pero de un dorado deslucido y como de oro falso,
  • Procura no perderlo. Pero los niños lo pierden todo, a no ser que alguien vele por ellos; y si tus viejos están demasiado destrozados para hacerlo, tal vez tenga que hacerlo yo.
  • No sé si podré conseguirlo, pero puedo intentarlo.
  • Quiero irme a algún sitio donde nadie me conozca y no tenga cosas en mi contra antes siquiera de empezar.
  • —Tus amigos te hunden, Gordie. ¿Es que no lo sabes? —me dijo. Y señaló a Vern y a Teddy, que se habían parado a esperarnos; se estaban riendo por algo. En realidad, Vern parecía a punto de reventar de risa—. Tus amigos, Gordie. Son como náufragos ahogándose que se agarran a tus piernas. No puedes salvarles. Solo puedes hundirte con ellos.
  • Los encendimos con ramitas del fuego y luego nos echamos hacia atrás, dueños del mundo, contemplando el humo del cigarrillo perdiéndose en el crepúsculo.
  • Alcé la vista hacia el trozo de cielo visible a través del corte de las vías; el azul se estaba tornando púrpura. La última luz del crepúsculo me produjo tristeza y serenidad a un tiempo, valiente aunque no realmente valiente, agradablemente melancólico.
  • Hay algo terrible y fascinante en la forma en que cae la noche en el bosque, donde su llegada no queda mitigada por las luces de las casas ni de los coches ni de las calles.
  • Nos apretujamos los tres juntitos como ovejas.
  • Vi (creí ver) algo blanco e informe moviéndose entre los árboles como una sábana grotescamente ambulante.
  • Iba a incorporarme, cuando miré hacia la derecha y, a no más de diez metros de distancia, vi una cervatilla en el firme de las vías.
  • No me moví. No podría haberlo hecho aunque hubiera querido.
  • Es algo que me guardé solo para mí. Nunca lo he contado, ni siquiera escrito, hasta este momento, hasta hoy. Y he de deciros que una vez escrito desmerece, parece algo casi insignificante. Para mí fue lo mejor de todo el viaje, la parte más limpia; y es algo a lo que vuelvo sin poder evitarlo cuando tengo algún problema:
  • Las cosas más importantes son las más difíciles de explicar, porque, de alguna forma, las palabras las minimizan, las degradan. Es muy difícil conseguir que los extraños se interesen por las cosas agradables e importantes de nuestra vida.
  • el único motivo por el que alguien escribe cuentos es poder entender el pasado
  • En esta historia solo mueren algunas sanguijuelas y Ray Brower, y en realidad él ya estaba muerto antes incluso de que empezara.
  • El fragor del trueno que siguió me hizo encogerme. Deseé estar en casa leyendo un buen libro, en un lugar seguro... por ejemplo, en la bodega de las patatas.
  • —¡AHÍ! ¡ESTÁ AHÍ! ¡AHÍ MISMO! ¡LE ESTOY VIENDO!
  • Podría ver a Vern ahora mismo, si quisiera. Solo tendría que recostarme un momento y cerrar los ojos.
  • Entre la maleza y las zarzas asomaba una única mano blanca y pálida.
    ¿Nos quedamos sin respiración? Yo sí, desde luego.
  • Luego, la tormenta arreció de golpe, como si alguien hubiera tirado de la cadena en el cielo.
  • el tren le había lanzado fuera de sus zapatillas, exactamente igual que había arrancado la vida de su cuerpo.
  • Eran setenta y tantos centímetros, eran un número infinito de años luz. El chico estaba desconectado de sus zapatillas ya sin esperanza alguna de reencuentro. Estaba muerto.
  • —Quédate conmigo, Gordie —me dijo Chris con voz trémula y baja—. Quédate a mi lado, amigo.
    —Estoy aquí.
  • se le habían llenado los ojos de granizo, que al convertirse en agua rodaba por sus mejillas; parecía que llorara por su propia y grotesca situación:
  • Había cosas que me intrigaban del cuerpo de Ray Brower: me intrigaban entonces y me intrigan ahora.
  • Tal vez muriera de miedo.
  • Tal vez hubiera muerto sencillamente porque le aterraba seguir vivo.
  • Imagino que mi temor, el temor que sentiría, sería tan oscuro como un eclipse.
  • la simple idea de tener en mis manos aquel cubo, supongo, símbolo tanto de mi existencia como de su muerte,
  • Aunque yo hubiera sabido decir lo correcto, seguramente no habría podido decirlo. Las palabras destruyen las funciones del amor (supongo que es terrible que un escritor diga esto, pero creo que es cierto).
  • El amor tiene dientes que muerden; y las heridas jamás cicatrizan. Ninguna palabra, ninguna combinación de palabras puede curar esas mordeduras del amor.
  • Si esas heridas cierran, las palabras se mueren con ellas. Podéis creerme. Me gano la vida con las palabras y sé que es cierto.
  • Me di contra el cemento en la barbilla y no solo vi las estrellas; vi constelaciones enteras, nebulosas completas.
  • Nos saludábamos con un gesto, nos decíamos hola. Y eso era todo. Sucede. Los amigos entran y salen de tu vida como ayudantes de camarero en un restaurante, ¿no te has fijado nunca?
  • Si él se hubiera ahogado, creo que aquella parte mía se habría ahogado también con él.
  • Cuando leí la noticia: ESTUDIANTE RECIBE CUCHILLADA MORTAL EN RESTAURANTE DE PORTLAND, le dije a mi esposa que salía a tomar un batido de leche. Salí del pueblo en el coche, aparqué a un lado de la carretera y lloré por Chris.
  • Miré hacia la izquierda: más allá de la fábrica podía verse el río Castle, no tan caudaloso ya, pero algo más limpio, corriendo aún bajo el puente entre Castle Rock y Harlow. El viaducto de caballetes que había río arriba ha desaparecido, pero el río sigue aún su curso. Yo también.

  • El método de respiración
  • He de admitir que aquella cruda noche de viento y nieve me vestí algo más deprisa de lo normal.
  • Era una sala oscura en la que aquí y allá brillaban charquitos de luz: las lámparas de lectura.
  • desapareció en la oscuridad de la biblioteca, en la que los estantes de libros parecían subir y subir hasta el infinito.
  • Quedaba justo al nivel de mis ojos y aunque la luz era bastante pobre pude leer sin dificultad la leyenda grabada en la piedra: LO IMPORTANTE ES EL CUENTO, NO QUIEN LO CUENTA.
  • Los poemas se pierden con gran facilidad bajo los sofás (lo cual es, sin duda, uno de sus encantos, y también una de las razones de que perduren).
  • ¡Qué diferente puede resultar una puerta cuando estás del otro lado!
  • Hay algo en el maletero de mi coche...
  • La nostalgia no siempre es una emoción vaga, melancólica y casi bella, aunque sea así como la imaginamos en general. Puede ser una espada extraordinariamente aguda, y no solo una dolencia metafórica, sino absolutamente real.
  • La añoranza es una enfermedad real: el dolor de la planta desarraigada.
  • Durante su cuarto mes de embarazo, inicié a la señorita Stansfield en el método de respiración
  • Cuando la miré, una lágrima se desbordó y le rodó mejilla abajo.
  • Aún podía yo oír el silbante sonido de su respirar mientras su cuerpo decapitado respiraba «como una locomotora». Todavía lo oigo a veces, caballeros. En sueños.
  • (era como si una mano fría, inmensa e invisible se hubiera posado en mi espalda).
  • Siempre más cuentos.
    Realmente los ha habido.
    Y tal vez, un día de esos, os cuente otro.

3 comentarios:

  1. Hola! Me encanta Stephen King! Te sigo :) Ah, te nomine a un premio en mi blog
    http://palabras-con-vida.blogspot.com/2013/10/liebster-award.html

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  2. Creo que ya te lo he comentado, pero King me gusta mucho. Particularmente el libro Mientras escribo
    Besos

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  3. El primer libro que leí de King, fue le Resplandor y me fascinoó. Creo que este hombre es un escritor espectacular y aunque no todos sus libros son una maravilla, se disfrutan y no aburren nunca. Este no lo he leído, pero espero hacerlo pronto.

    Besos

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