3 de mayo de 2013

La niebla

Titulo: La niebla
Autor: Stephen King
Año: 1985 (2012)
Traducido por: Antonio Samons

Editorial: Plaza & Janés
Temática: Cuentos de Terror y Fantasmas
Páginas: 320
ISBN: 978-84-01-35416-8

Sinopsis: He aquí una serie de historias -unas horripilantes en su extravagancia, otras tan terroríficas que disparan el corazón- que son el producto mejor acabado de una de las más poderosas imaginaciones de nuestro tiempo: En «La niebla», historia inicial del libro, extensa como una novela, un supermercado se convierte en el último bastión de la humanidad ante la invasión de la Tierra por parte de un enemigo inimaginable... En los desvanes hay cosas que conviene dejar tranquilas, cosas como «El mono»... La más soberbia conductora del mundo le ofrece a un hombre «El atajo de la señora Todd», para llegar antes al paraíso... En fin, todo un abanico de emociones y escalofríos, cuyas flores se abren por la noche...

  • La niebla
  • Esto fue lo que ocurrió. La noche del 19 de julio en que por fin se abatió sobre la zona norte de Nueva Inglaterra la peor ola de calor que recuerda la historia de ese estado,
  • De ese y del más viejo de todos los tópicos: la llegada del fin del mundo.
  • Diez minutos más tarde, conforme el último embate de la tormenta alcanzaba su máxima violencia, algo estalló en el salón.
  • Tuve un sueño en el que veía a Dios cruzando Harrison en el otro extremo del lago.
  • las casas de la ribera se iban incendiando como heridas por el rayo, hasta que pronto el humo lo envolvía todo. El humo lo envolvía todo como una niebla.
  • Una suave brisa salpicaba de alegres, danzantes manchas de sol la calzada.
  • —los niños de cinco años se especializan en hacer preguntas difíciles—.
  • la forcé, apoyándole el pulgar en una esquina de la boca, a iniciar una sonrisa—. ¿Te sientes mejor?
  • Simultáneamente, noté que Steff, pegada a mí, se ponía rígida, y entonces también yo reparé en ello: la parte del lago correspondiente a Harrison había desaparecido. Estaba sepultada bajo una franja de niebla de un blanco resplandeciente, como una nube que hubiera caído a tierra.
  • Los sueños, de todos modos, son cosas incorpóreas, como la niebla misma.
  • Hay algo en su cara, y también en la forma en que vuelve hacia mí los ojos, que me crea la impresión de que todo va la mar de bien.
  • Nada en la naturaleza es tan regular; las líneas rectas son invento del hombre.
  • Los árboles viejos me han recordado siempre a los hobbits de la maravillosa novela de Tolkien, solo que perversos. Los árboles viejos buscan lastimarte.
  • Debimos volver entonces, sin esperar a más. Aunque es posible que aun así hubiera sido demasiado tarde.
  • —¡La niebla! —gritó—. ¡Tendrían que ver la niebla!
  • —¡No salgan a la calle! —clamó la señora Carmody—. ¡Es la muerte! ¡Siento que ahí fuera está la muerte!
  • ¡Hay algo en la niebla! ¡En la niebla hay algo que se ha llevado a John Lee! Algo...
  • Vimos cómo la niebla la envolvía, la hacía insustancial, la convertía, privándola de corporeidad, en simple silueta de un ser humano ejecutada a lápiz-tinta en un papel de una blancura que no se da en el mundo, y nadie dijo nada.
  • El golpe que me llevé en la cabeza me hizo ver las estrellas en la oscuridad.
  • Alterado todo mi interior, volví como por arte de magia a mis cuatro años de edad. Aquel ruido no procedía del supermercado, sino de detrás de mí, de la calle. Venía de la niebla, donde algo se deslizaba por la fachada, la palpaba, la arañaba, buscando, quizá, la manera de entrar.
  • El estómago se me subió a la garganta, como en un ascensor que se hubiera desprendido desde una altura de veinte pisos.
  • —¡Es la muerte! —graznó, y los que reían se reportaron al momento.
  • —¡Oís pero no escucháis! ¡Escucháis pero no creéis! ¿Quién de vosotros quiere salir y comprobarlo por sí mismo? —los barrió con la mirada y centró en mí sus ojos—.
  • —Es el fin, os digo. El final de todo. La hora postrera. El dedo que se mueve lo ha escrito, no en el fuego, sino en renglones de niebla. La tierra se ha abierto y vomitado sus horrores...
  • —¿Tienes miedo, corazón? —indagó la señora Carmody, vuelta hacia ella—. Ahora, no. Lo tendrás cuando vengan por ti los engendros que el Maligno ha soltado sobre la faz de la tierra...
  • Yo vi los signos, y los he anunciado aquí. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.
  • ¡Hay cosas en la niebla! ¡Todos los horrores de una pesadilla! ¡Engendros sin ojos! ¡Criaturas espectrales! ¿Dudáis? ¡Pues salid! ¡Salid y decidles: «Hola, ¿qué tal?»!
  • Pero continuó llorando. Era la clase de llanto que solo las madres saben remediar.
  • En varias ocasiones creí distinguir algo, pero era efecto de los nervios.
  • El extremo de la cuerda de tender era un mordido enredijo de fibra y pequeñas mechas de algodón. Estas últimas aparecían salpicadas de minúsculas gotas de sangre.
  • era el mejor que había pintado en mi vida, y quería tenerlo para poder mirarlo el día en que alguien, con crueldad por completo inconsciente, me preguntara cuándo iba a pintar por fin algo serio.
  • En una pequeña ciudad no hay secretos. Las cosas se saben. A veces es como un manantial, que brota de la tierra sin que nadie sepa de dónde sale.
  • El acto amoroso que habíamos consumado en la oscuridad parecía ya formar parte de una fantasía, algo imposible de creer, aun a la luz de aquella extraña alborada.
  • —Ella es otra de las razones por las que quiero salir de aquí,
  • —¡Quiero que te quedes! —la suya no era ya una expresión ensombrecida: amenazaba tormenta.
  • las dejaron sujetas con cuñas, para que entrase un poco de brisa. Solo que, con esta, entró algo más.
  • cuando falla la tecnología y fallan los sistemas religiosos tradicionales, la gente necesita aferrarse a algo.
  • Haría lo que fuera, me expondría a cualquier peligro, con tal de ver otra vez el sol. «Con tal de ver otra vez el sol.» Un ligero estremecimiento recorrió mi cuerpo.
  • ¡Hemos visto abrirse los labios de la tierra! ¡Hemos visto horrores de pesadilla! ¡Ni la roca nos esconde de ellos, ni el árbol muerto ofrece cobijo alguno! ¿Qué le pondrá fin? ¿Qué lo detendrá?
  • ¿Qué es, a los Ojos y en el Ánimo de Dios, lo único capaz de lavar los pecados?
    —La sangre.
  • Pero no debéis esperar un final claro. Esto no concluye ni en un: «Y escaparon de la niebla hacia el bendito sol de un nuevo día»,
  • Pero hay un mañana en que pensar, ¿no es así?
  • Y entonces, inesperadamente, justo cuando me disponía a desconectar, me pareció oír, o soñé que oía, una palabra, solo una, en un punto situado en el extremo mismo de la onda corta.
  • Voy a acostarme. Pero antes quiero besar a mi hijo y decirle dos palabras al oído. Ya saben: por conjurar malos sueños que puedan asaltarle.
    Esas dos palabras tienen algo en común.
    La una es «Connecticut».
    La otra, «esperanza».

  • El mono
  • Cuando Hal Shelburn lo vio, cuando vio que su hijo Dennis lo sacaba de una maltrecha caja de cartón que había ido a parar al fondo de uno de los aleros de la buhardilla, el horror y el desaliento le invadieron con tal fuerza que a punto estuvo de soltar un grito.
  • El mono que su hijo mayor tenía en las manos le miraba con ojos de apagado brillo y le sonreía con su vieja, conocida mueca.
  • El terror se abatió sobre él con alas negras.
  • El silbido del viento, de pronto más recio, se había convertido en aullido. El desván comenzó a crujir suavemente, con un ruido como de pisadas.
  • Hal se abrió paso hasta el mismo fondo del desván, apartó una caja y vio otra, detrás, por cuyo borde asomaban un par de ojos color avellana.
  • Permaneció despierto largo tiempo, hasta que el amanecer empezó a pintar de gris la noche.
  • Las hojas de los árboles que se apiñaban hasta la misma orilla del lago, exhibían todos los luminosos tonos del otoño, desde el rojo sangre hasta el vivo amarillo de los autobuses escolares.
  • Dame cuerda, Hal. Dame cuerda y juguemos. ¿Y a quién le va a tocar morir esta vez?
  • Las autoridades de Caza y Pesca se manifiestan desconcertadas...

  • El atajo de la señora Todd
  • —Ahí va la Todd —dije.
    Homer Buckland miró pasar el pequeño Jaguar y asintió. La mujer le saludó con la mano.
  • Quien ahorra distancia, decía, ahorra tiempo.
  • Llevaba mucho tiempo deseoso de contar la historia del atajo de la señora Todd.
  • Existe el cero, y la eternidad, y la muerte, pero no existe nada definitivo.
  • Su coche era la luna. Así veía yo a Ophelia. Ya te he dicho que me sentía enamorado de ella,
  • no es fácil retener las cosas que le sucedieron a uno junto a una chica que estaba en plenitud, en una época en que el mundo era joven,
  • Y a la vista de aquello, algo saltó en mi corazón, mitad de miedo y mitad de amor.
  • Era el crepúsculo y estábamos en pleno verano, en ese momento en que el perfume del dauco desborda los campos. La luna llena trazaba en el lago un camino de plata.
  • Yo me siento aquí, en el banco, y pienso en Ophelia Todd y en Homer Buckland, y no forzosamente con el deseo de estar donde ellos..., pero sí, a veces, echando de menos el gusto por el tabaco.


Una colección de relatos fascinante que no te dejarán ver más allá de sus páginas, como una profunda y densa niebla.
  • Lo mejor: De los 3 relatos me quedo con "La niebla".
  • Lo peor: Nada.
  • ¿Os han gustado las frases?

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